martes, 25 de agosto de 2020

sanar

Las heridas sangran.
Las heridas lloran.
Las heridas duelen.
Algunas se abren.
Algunas nunca desaparecen.
Algunas dejan cicatriz.

Sanar heridas, darles amor, calmar el dolor. Sanar heridas ajenas incluso cuando a veces cubro las mías con curitas que no impiden que la piel se siga desgarrando debajo; incluso cuando me siento un poco hipócrita profesando el amor propio del que yo carezco.

Poder sanar heridas me hace sentir especial, es mi propósito y mi superpoder.

Los abrazos sanan, las palabras reconfortan (como esta sarta que escribo ahora me reconforta a mí), pero el silencio también. El silencio con intención, el silencio con interés, el silencio con presencia, el silencio que dice lo que las palabras no alcanzan a expresar; el silencio solo, el silencio en compañía; el silencio que precede a la respuesta muda antes del llanto (mi silencio característico) y el silencio que se despliega cuando ya no hay más que llorar.

Tengo heridas grandes que a veces se abren sin que pueda evitarlo, heridas que sangran en lágrimas antes de irme a dormir o que se desgarran de la nada y duelen como la mierda en cualquier momento del día.

Llevo heridas curiosas que, ya sanas, me dejaron un sentir a modo de cicatriz que sólo se revive escuchando canciones específicas.

Empecé a aprender que cada tanto me hace bien mostrar mis heridas, incluso las que creo irreparables, las que cargo hace años y no ven la luz desde que me las hice. Hoy mostré algunas de esas y para mi sorpresa el diagnóstico esta vez fue diferente.